La tarea del diagnóstico de las enfermedades, puede compararse de alguna manera con la pesca, entiéndase bien la comparación; quitando el encare deportivo y poniéndose en el lugar del paciente, como si uno estuviera buscando por alguna razón un pez en particular, es decir, la enfermedad que lo aqueja. Conocer de la mejor manera a todos los habitantes de cada espacio líquido, sea río o cañada, laguna o mar; para cada uno, un arte de pesca diferente, una carnada distinta, un equipo singular. No se pesca un tiburón con una caña con boya. Para cada problema que puede tener ese paciente o con terminología médica, para cada punto de la “lista de diagnósticos diferenciales”, hay un método diferente para confirmarlo, un procedimiento que lo revela.

La historia de Moby Dick se ha convertido en leyenda conocida en el mundo entero. El capitán Ahab es mutilado en una de sus piernas por las fauces de una gran ballena blanca y de allí en más toda su energía, todos sus pensamientos y acciones se enfocan hacia un objetivo: darle muerte al monstruo blanco. Melville, que  conocía el oficio de primera mano, narra con lujo de detalles lo cotidiano y lo excepcional de la caza de las ballenas. El cachalote  blanco es el símbolo de una obsesión llevada al extremo. Una pequeña porción de esa receta se necesita a veces para hacer un diagnóstico afinado en el mar de la medicina; no es cuestión de pescar una mojarra y conformarse con ella.
Los “casos difíciles”, cuando uno se refiere a las enfermedades de los perros y los gatos, son algo así como esa ballena única y especial y en el barco ballenero va ese "tomarse las cosas a pecho"de Ahab, su equipo de trabajo como arponeros y el dueño de la mascota, porque también precisamos de su colaboración  para atraparla; aunque todos quisiéramos finales tan heroicos, pero más felices que el de Moby Dick.

Pablo Butler
 
Moby Dick, Cap. XXXVII: Crepúsculo
“…No tengo ningún arma de largo alcance para poder acertaros. Venid. Ahab os presenta sus saludos, salid y ved si podéis desviarme. ¿Desviarme? No podéis desviarme sin desviaros a vosotros mismos.
El camino de mi resolución tiene rieles de acero por los cuales corre mi alma…”
Herman Melville (1819-1891)

"Reducir algo que nos es desconocido a algo que conocemos alivia, tranquiliza y produce satisfacción, suministrando además una sensación de poder.
Lo desconocido induce peligro, inquietud, preocupación.
El primero de nuestros instintos acude a eliminar esos estados de ánimo dolorosos"
El crepúsculo de los ídolos (1887), F. Nietzsche